El Monumento Natural de los Mallos de Riglos, Agüero y Peña Rueba es uno de los enclaves naturales más conocidos de la Aragón. Caracterizado por su elevado interés natural y paisajístico, destacan sus espectaculares formaciones geomorfológicas verticales sobre conglomerados, conocidas como “mallos”. Se trata de antiguos conos de deyección de la erosión de los macizos elevados durante la orogenia alpina. El clima refleja la transición entre la influencia mediterránea del Valle del Ebro y la influencia atlántica de las Sierras Exteriores Pirenaicas en las que se ubica geográficamente.
El monumento natural comprende una extensión de 188,43 hectaréas y se encuentra a una altitud que varía en torno a los 580 y los 1176 metros de altura.
Además, cuenta con una amplia variedad de especies vegetales rupícolas especialmente singulares y de gran importancia ecológica.

En los cortados de la solana se encuentran especies como la Petrocoptis montseratii, endémica de Huesca y Zaragoza, o la Saxifraga fragilis y el té de roca (Chiliademus saxatilis). En las umbrías se localizan especies como la oreja de oso (Ramonda myconi) o la madreselva del pirineo (Lonicera pyrenaica).

Con respecto a la fauna que alberga este entorno natural, destacan sus poblaciones de aves rupícolas. En estos farallones nidifican alimoche (Neophron percnopterus), halcón peregrino (Falco peregrinus), treparriscos (Tichodroma muraria), quebrantahuesos (Gypaetus barbatus) y sobre todo el buitre leonado (Gyps fulvus), que presenta un gran número de parejas nidificantes.

Conocido internacionalmente, este espacio natural es todo un paraíso para los amantes de la escalada.


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12 diciembre, 2022

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Sólo entre julio y agosto, más de 6.400 personas participaron en las actividades de educación ambiental de los Espacios Naturales Protegidos de la Comunidad. Los Centros de Interpretación cierran sus…

Es en los Pirineos, al norte de Aragón, a lo largo de 90 km. entre los valles de los ríos Gállego (Oeste) y Noguera Ribagorzana (Este), donde podemos contemplar los ocho macizos montañosos que albergan los glaciares más meridionales del continente europeo, 7 de ellos incluidos en esta figura de protección y 1 en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido.

Se trata de los últimos testimonios de la era glaciar, que junto a otros agentes modeladores, dieron lugar a las principales formas del relieve de los Pirineos. La singularidad y fragilidad de estos pequeños pero bellísimos reductos del frío, los ha hecho poseedores de un elevado interés científico, cultural y paisajístico.

Su formación se debe a la recristalización de la nieve. Este fenómeno se produce cuando la nieve caída sobre capas ya existentes, ejerce presión variando así la densidad de las láminas de abajo. Consecuencia de esto, se forman heleros, glaciares y neveros.

Pero neveros y glaciares son, incluso, el medio de vida de muchos depredadores, puesto que por el día una película de agua de fusión permanece sobre estas masas heladas, de forma que multitud de partículas minerales, polen, semillas y, sobre todo insectos, quedan pegados o atrapados en la misma, configurando un «suero» nutritivo que hace las delicias de la chova piquigualda, de los bisbitas arbóreo y alpino o del simpático gorrión alpino.

La difícil accesibilidad, la dureza climática, así como distintas leyendas servían de barrera difícilmente franqueable para el hombre. No es hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX, cuando estos lugares recónditos del Pirineo empezaron a ser visitados y estudiados por numerosos montañeros y científicos. Hoy, en franca regresión, los glaciares son testigos privilegiados del lento devenir del tiempo y por ello constituyen importantes laboratorios ambientales en plena naturaleza. Probablemente encierran numerosas respuestas sobre los cambios climáticos que se suceden en la Tierra.